Para la mayoría de las personas en el mundo, el mate resulta algo desconocido e intrigante, sobre todo cuando visitan tierra argentina o se topan con algún ciudadano de camiseta albiceleste que lleva consigo un termo, bebiendo de un recipiente relleno de “algo parecido a pasto”. Es difícil explicar a qué sabe el mate, en especial si se considera que para prepararlo algunos le agregan canela, otros café, unos cuantos más lo mezclan con hojas secas y té. Probablemente los argentinos dirían que el mate sabe a mate y punto final del debate. Pero seguramente ninguno afirmaría que el mate, en el fondo, tiene gusto a sudor, injusticia y dolor.

En las provincias de Misiones y Corrientes, ambas en el noreste argentino y una de las regiones más pobres del país, se cosecha un 60% de la producción mundial de yerba mate. Junto a la soja y la ganadería, representa una de las más remunerables producciones agropecuarias, a nivel nacional, con un enorme consumo interno y buenos niveles de exportación.


Alejados de los principales beneficios de la producción a gran escala se encuentran los “tareferos”, hombres, mujeres y niños que en las condiciones más precarias cosechan la preciada hoja, el primer eslabón de la cadena de producción de este sello argentino.

El término “tareferos” viene de la palabra “tarea” en portugués (“tarefa”). Su labor se reduce a pasar de 10 horas bajo el sol, cortando a mano cientos de kilos de hojas que luego ponen en el “raido” (bolsa de arpillera plástica), que suele pesar entre 75 y 100 kilos. Esta es cargada sobre la espalda y sacada fuera del surco para su pesaje a cargo de un capataz, quien determinará la paga diaria de cada trabajador.




Hace apenas veinte años los tareferos formaban parte de la población rural de estas provincias, pero en la década de los noventa hubo una crisis tras la desregularización de la actividad. Esto conllevó a una sobreproducción y posterior caída de los precios, profundizando el proceso de concentración del sector industrial y comercial. A pesar de intentos por parte del gabinete de Misiones para intervenir la economía yerbatera, en plena crisis económica argentina y diez años después de la desregularización, los resultados a mediano plazo fueron inconsistentes. Con la crisis, los tareferos y sus familias se desplazaron a villas miseria en el interior de la provincia, convirtiéndose en un sector discriminado.

Recién en el 2009 se hizo el primer relevamiento provincial de los tareferos en Misiones. Los datos arrojados no hacen más que resaltar las precarias condiciones en la que viven.


La jornada de trabajo comienza entre las cuatro y las seis de la mañana cuando un camión los recoge de un campamento a la orilla de los yerbales. Al llegar, la plantación está mojada por el rocío y la helada, lo que facilita la recolección de la hoja de yerba mate. Lo único de lo que se valen es de una tijera o serrucho para cortar las ramas más pequeñas. A fines de 2012, por la cosecha de unos 500 kilos diarios, sólo posible para los hombres más fuertes, se pagaba de 150 a 200 dólares de salario mensual.

Del precio de cada kilo de yerba, se estima que el 25 por ciento se reparte entre el Estado (a través de impuestos), el productor, el contratista y el tarefero y el 75 por ciento restante queda para los molinos, grandes empresas y comercializadoras que concentran la distribución final del producto.

Según la gremial campesina UATRE, las irregularidades en la cosecha de yerba mate en Argentina (2005), involucran a unas 25.000 personas, de las cuales el 49% se encuentran fuera del mercado laboral legal. Es por ello que el trabajo de mil tareferos se ve afectado por problemas como el trabajo esclavo, la falta de acceso a los servicios básicos, la vivienda precaria y el trabajo infantil.






En febrero de 2017, tareferos de Andresito y Oberá protestaron durante varios días bloqueando avenidas y rutas provinciales en Misiones, reclamando su derecho a recibir un salario digno.
