Todo comenzó en mayo de 2018, cuando la microempresaria Priscillia Lodsky publicó una petición en Change.org dirigida al gobierno francés. Su llamado, una protesta contra el aumento de los impuestos al combustible, encendió una chispa que pronto se transformó en un incendio social.
El 17 de noviembre de 2018, una convocatoria lanzada a través de las redes sociales se expandió como un virus. Más de 300.000 personas salieron a las calles de toda Francia para manifestarse.

El combustible era el punto de partida, pero el descontento venía de mucho antes. En rutas y rotondas de todo el país, hombres y mujeres comunes se pusieron el chaleco de seguridad amarillo, obligatorio en todo vehículo francés —le gilet jaune—, convirtiéndolo en un símbolo de resistencia y unidad.




El 17 de noviembre de 2018, una convocatoria lanzada a través de las redes sociales se expandió como un virus. Más de 300.000 personas salieron a las calles de toda Francia para manifestarse.
“Estamos hartos de trabajar para nada.”



El aumento del precio del combustible golpeaba con más fuerza a la clase trabajadora de las provincias, dependiente de sus vehículos para llegar al trabajo, llevar a los niños a la escuela o hacer las compras. También las generaciones mayores se sumaron, en rechazo a un nuevo impuesto sobre las pensiones.
El malestar crecía. Muchos coincidían en una misma sensación: la vida en Francia ya no era tan cómoda ni tan justa como les habían prometido.



Empleados de fábricas, trabajadores independientes, pequeños empresarios, estudiantes, jubilados y desempleados comenzaron a ocupar las calles. Por primera vez, lo hacían sin banderas sindicales ni consignas partidarias.
Eran rostros diversos, de distintas clases sociales e ideologías, unidos por un mismo gesto: el brillo fluorescente de sus chalecos amarillos, visibles incluso en la oscuridad.
Cada fin de semana, miles de personas viajaban desde todos los rincones de Francia hacia París para descargar su enojo frente al poder. Desde el inicio del movimiento, más de dos mil personas resultaron heridas en enfrentamientos con la policía antidisturbios: manifestantes, civiles, periodistas y agentes.
La violencia alcanzó niveles pocas veces vistos en un país considerado uno de los más ricos y democráticos del mundo.

“Nuestra fuerza radica en nuestra diversidad.”
Los chalecos amarillos exigen al gobierno reducir los impuestos, aumentar el salario mínimo y mejorar las condiciones de vida. Algunos piden incluso la renuncia del presidente Emmanuel Macron.
Muchos creen que este movimiento representa la voz del pueblo olvidado, y que podría transformarse en una fuerza política capaz de desafiar al poder establecido. Dicen estar cansados de una élite que gobierna desde la distancia, ajena a las necesidades cotidianas de millones de franceses.




Tras semanas de crisis y manifestaciones, el presidente Macron se vio obligado a romper el silencio. Cedió a algunas demandas: retiró el impuesto al combustible que había originado las protestas y aumentó en 100 euros el salario mínimo.
La respuesta del pueblo fue inmediata:
“Demasiado poco, demasiado tarde.”
Jeremías González
Es un fotoperiodista argentino radicado en Francia. Su trabajo explora las fronteras entre la fotografía documental y la arquitectura, con un enfoque en las dinámicas sociales y políticas contemporáneas. Cofundador de la Agencia Zur y colaborador de Associated Press, ha documentado la realidad europea en los últimos años, centrándose especialmente en la crisis migratoria en Calais. Su obra ha sido expuesta en Argentina, Francia, México, Canadá y España. Actualmente vive y trabaja entre Francia y Australia.